Sermón de las Siete Palabras
Señor Jesucristo, hijo de Dios hecho hombre en el seno virginal de María que naciste como nosotros, fuiste cargado, alimentado, bañado, guiado, defendido, enseñado por la Virgen y San José, peregrinaste al templo de Jerusalén cantando el salmo 21.
Trabajaste la madera, fuiste amigo y servidor de los que vivían en Nazaret, proclamaste la Palabra de Dios, compartiste penas y alegrías con tu pueblo, cenaste con los apóstoles, les lavaste los pies, fuiste traicionado, insultado, flagelado, coronado de espinas, crucificado, muerto y sepultado, pero has vuelto a vivir para siempre, has resucitado y nos esperas en la casa del cielo.
Aprendimos de ti la oración y ahora rezamos.
Escucha nuestras súplicas, óyenos a nosotros que hemos vivido lo mismo que tú.
Hay muchos frutos benditos en los senos maternos de las embarazadas. Tú, Señor Jesucristo, fuiste fruto bendito. Protégelas a ellas y a sus criaturas, defiéndelas del aborto y concédeles un parto feliz.
Tú conociste el matrimonio de San José y la Virgen María, el matrimonio de Caná de Galilea y otros muchos más.
Ayuda a los esposos para que su amor natural, fiel y fecundo los haga felices a ellos y a sus hijos.
Acuérdate de las esposas abandonadas por sus esposos. Que ellas sepan perdonar y ellos regresen al amor primero.
Enseña a los hijos a escuchar a sus padres, como tú lo hiciste, e ilumina a padres e hijos para que juntos encuentren el mejor camino.
Señor Jesucristo, camina con los jóvenes, ilumínalos para que puedan constituir bellas familias y sirvan a la sociedad con entrega apasionada en sus trabajos y profesiones.
Como tú acompañaste a tu querido José, en medio de su enfermedad y muerte, que todos los hijos e hijas hagan lo mismo con sus padres enfermos y moribundos. ¡Qué paz morir rodeados por quienes hemos amado y nos aman!
Señor Jesucristo, acuérdate de nuestros difuntos, quienes permanecen en la memoria imborrable de nuestras familias y personas. Con tu sangre derramada en la cruz perdona sus pecados, premia todas sus obras buenas, las que conocemos y no conocemos y también acuérdate de nosotros que queremos estar con ellos en el paraíso.
Señor Jesucristo, entrega la compañía de la Virgen dolorosa a las madres que lloran la muerte de sus hijos, a las madres que están al lado de sus hijos enfermos, a las madres preocupadas por sus hijos, a las madres que extrañan a sus hijos que están lejos, a las madres de los presos.
Santa María de la Caridad, consuela a todas estas madres y a sus familias, acuérdate de que todas estas madres son tus hijas.
Santa María Virgen dolorosa, tienes hijos que están fajados, que se insultan y se dañan. Cárgalos en tus brazos y pon amor y perdón entre ellos y renacerá la paz y la alegría y volverán a vivir como hijos tuyos y hermanos que son.
En el Santuario de El Cobre hay una lámpara de aceite que arde y brilla delante de la Virgen desde el año 1612. Queremos encender nuestra lámpara en honor de la Virgen y desde aquí, desde nuestras casas la oración de alabanza y súplica que es el Ave María se convierte en nuestra lámpara.
De pie, todos cogidos de las manos, rezamos: Dios te salve, María…
Señor Jesucristo, te damos gracias por tanta gente buena que nos acompañan en la vida: médicos, enfermeros, maestros, compañeros de trabajo y estudio, vecinos, amigos, personas serviciales y tantos otros a quienes tenemos que agradecer mucho.
Infúndeles la gracia del Espíritu Santo, para que este amor se multiplique y haga felices a muchos y a nosotros.
En esta gente buena ha vencido el amor. Ellas son signo de tu resurrección.
Señor Jesucristo, nos enseñaste la oración del Padre Nuestro.
En el año 1975, una maestra en el central Cunagua daba una clase de lo que es la oración gramatical y pidió a la niña de la primaria, Adriana, que compusiera una oración. Y la niña le dijo a la maestra que iba a decir la oración que le había enseñado su tía, Caridad Carballo. Y empezó: Padre Nuestro, que estás en el cielo… y todos los niños de la clase se unieron a Adriana y rezaron juntos la oración del Padre Nuestro.
Ahora, con todos los niños de la casa, si la salud lo permite, nos ponemos de rodillas y con las manos en alto rezamos: Padre Nuestro…
Prometemos todas las noches de esta Semana Santa rezar con los niños las oraciones del Padre Nuestro y del Ave María.
La bendición del Señor para todos donde quiera que se encuentren.
Dios Padre que nos creó para constituir una bella familia, bendiga con la misericordia a todos los que viven en nuestras casas. Amén.
Jesucristo, camino, verdad y vida, hazte presente con tu bendición para todos los cubanos y el amor sea nuestro distintivo.
El Espíritu Santo, que es Dios y la Tercera Persona de la Santísima Trinidad nos inspire cómo realizar nuestros hermosos sueños personales, familiares, eclesiales y nacionales.
Y la bendición de El Padre, El Hijo y El Espíritu Santo descienda sobre todos los cubanos donde quiera que se encuentren. Amén.